julio 10, 2004

Intenciones sin intención


Arrastré su famélico cuerpo por las varas de trigo que delineaban el camino. La sangre dejaba una estela gruesa e incriminatoria en la superficie pajosa del suelo, mientras fluía a chorros con la potencia propia del tubo central de una pileta de aguas rojisas. Intenté detener la hemorragia de su estómago con las hojas de chocolate esparcidas a mi paso, pero me fue imposible. El flujo no cesaba.
El follaje del bosque ya no parecía ocultarme y los árboles crujían fuerte. Enfurecidos. Testigos en desacuerdo de mi comportamiento cobarde y asesino. Pero traté de no entorpecer la última fase de mi plan. Debía ocultar la evidencia. Me tapé los oídos para no escuchar el ruido punzante que invocaba su enojo justiciero, y escondí su inerte silueta arrojándola a un gran hoyo oscuro que ilustró el sendero. Lo tapicé con ramas gruesas como el metal, formando un resistente y colorido montículo que evitaría dejar el agujero al descubierto por un tiempo; tiempo suficiente para que la tierra se encargara de desaparecer el cuerpo pudríendolo. Tiempo suficiente para lograr sepultar los demonios de los recuerdos de aquel día.
Me alejé de ahí invocando de inmediato la manifestación de una amnesia absoluta. Su engaño. Su cuento. Su cuento y el mío. Su existencia. La consecuencia de las consecuencias de una consecuencia. No cabe resto de arrepentimiento. La infidelidad debía ser castigada luego de tantos juramentos vandálicos que una y otra vez se disfrazaron de verdad.
Despierto y lo observo recostado a mi lado.
.-De nuevo soñé contigo, le susurro con desconcierto y sinceridad en la lengua.
.-Qué dulce eres, mi ranita; me contesta acariciándome el rostro, con una credulidad exquisita.

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